Existen arquitecturas algunas veces y en algunos lugares, que están definidas por la primacía de su masa, por la abrumadora presencia de la materia que la crea. La arquitectura arequipeña está marcada por tal característica: muros de piedra robustos, contrafuertes, cúpulas, bóvedas y portadas, hacen referencia a una arquitectura contenida por el lleno, bajo el designio del lugar donde le toco hacerse, sismo tras sismo y piedra sobre piedra.
Es allí donde la fuerza del lleno hace aparecer al vacío, que de ninguna manera es la nada. El vacío adquiere en nuestra arquitectura una presencia especial, es la razón de este artículo destacar su presencia, la presencia del vacío que contiene el significado de la poética del espacio y que está contenida a su vez por la masa, unidos con una inmanencia inseparable.
Las hornacinas de la arquitectura local podrían ser el elemento más pequeño donde se reconoce la presencia del vacío, es justamente por esa característica mínima, que adquiere una enorme relevancia en la masa ciega que la contiene. Es el detalle que le da sentido a la piedra.
Podríamos también decir que las hornacinas de esta arquitectura crean espacios hornacinas, umbrales, de los que hablaré en otro artículo, se perciben como vanos anchos que contienen un espacio, me imagino la ventana del café al que voy, suelo sentarme en una pequeña hornacina enmarcada por los anchos muros de sillar, debajo de este umbral, hay una mesita, sentarse allí y ver la calle y su movimiento es una experiencia formidable.
Algunos pequeños vanos de esta arquitectura tienen la particularidad de no estar totalmente cerrados, son pequeñas ventanas atravesadas de luz; cuanto significado guardan en la percepción del espacio, es allí donde la piedra adquiere valor, donde el espacio cobra sentido. Estos vanos sumamente contenidos y pequeños no están hechos para mirar, están hechos para dejar entrar la luz, hacen meditar sobre la relevancia que el vacío tiene en la arquitectura y fundamentalmente en la concepción del espacio. Jorge Oteiza decía: “Yo busco para la estatua una soledad vacía, un silencio espacial abierto que el hombre pueda ocupar espiritualmente”(1).
El ocupar espiritualmente del que habla Oteiza, está presente en la concepción espacial que traigo a colación aquí cuando se perciben los efectos que crean los vanos y las hornacinas.
El vacío adquiere la misma importancia que el lleno en la conformación de la arquitectura, se construye bajo los mismos principios; Eduardo Chillida dirá al respecto: “No hablo del espacio situado fuera de la forma, que rodea al volumen y en el que viven las formas, sino en el espacio generado por las mismas. Para mí no se trata de algo abstracto, sino de una realidad tan corporal como el volumen que lo abarca (2).
Concebir el vacío requiere la misma meditación que diseñar el lleno, sin embargo, hoy está bastante olvidada su composición, su manejo y su significado, hemos olvidado lo que culturas pasadas concebían de manera natural. No será extraño entonces que los espacios ya no nos conmuevan, no nos hablen. Desde el olvido del valor de la luz y la sombra que atraviesa una hornacina hasta el vacío que son nuestros vacíos urbanos, en todas las escalas ellos reclaman hoy su lugar.
Luis Calatayud
(1) Del libro: Silencios elocuentes. Oteiza o la construcción del vacío. Ediciones UPC. ETSAB. España, 1999.
(2) Del libro: Arte y Vacío. Autor Manuel de Prada. Editorial Nobuko, Argentina, 2009.
Un comentario en “HORNACINAS / LOS VACÍOS EN LA ARQUITECTURA”